viernes, 17 de abril de 2009

Es un momento extraño para escribir. La inspiración, en mi caso, suele llegar de noche, cuando la calma, el silencio y la luz de la luna hacen que mi cerebro se despierte. Creo que las personas tenemos relojes biológicos que hacen que rindamos más en determinadas horas del día y la oscuridad y tranquilidad del anochecer influyen de este modo en mi imaginación. Ante la inmensa soledad de mi pequeña habitación surgen en mi mente miles de historias que algunas veces me encargo de plasmar en el papel. Otras veces, la mayoría de ellas, sólo dejo que se expandan y naveguen por mi interior, entreteniéndome con cada detalle, esbozando las reacciones de mis personajes ficticios, percibiendo sus emociones y sus pensamientos.
Lo peligroso es cuando los protagonistas de esas ficciones ya no son falsos, sino que se tornan de un escalofriante matiz real e imagino a personas conocidas interactuando entre ellas (y especialmente conmigo). Mi mente idealiza las situaciones, las planea, evalúa cada posible reacción, decide de qué manera actuar, modela encuentros completamente ilusorios. Es un ejercicio cautivador y entretenido, pero a la vez de un riesgo latente. Porque después de la utopía, la realidad nos azota en la cara.
La realidad me golpea, una y otra vez; y otra vez... y otra vez. ¿Por qué esas construcciones imaginarias nunca terminan por concretarse en la vida real? ¿Por qué si doy un paso para intentar alcanzarlas, nada sale como lo planeado? ¿Por qué a veces ni siquiera lo pruebo y prefiero que ellas sigan viviendo en mis sueños despiertos? Puede ser que idealice demasiado y que todo sea desmesuradamente imposible como para intentar alcanzarlo. Otro tanto se lo debo a mi incertidumbre y a mis miedos que hacen que me congele y me quede en blanco, y todas las ilusiones se esfumen con el viento.
En fin, los ensueños y las historias imposibles siguen allí, dando vueltas dentro de mi cabeza, atormentándome de vez en cuando y entreteniéndome como siempre. Pienso que pierdo demasiado tiempo pensando.
Generalmente prefiero escribir de noche, por las razones expresadas. Pero hoy no. En este momento el sol se está ocultando en el horizonte, mientras sus rayos iluminan pobremente el cielo, que se va despidiendo de la luz para dar paso al ocaso.