martes, 16 de noviembre de 2010

Paseo por la terraza

Un paso, otro paso, otro… y otro más. Diecisiete pasos. Diecisiete escalones para llegar a mi destino. Alcanzo la puerta verde de vitrales alargados, giro la llave y me abro paso hacia el exterior. La terraza de piso colorado, tan amplia y desolada, exuda un aire calmo y sereno. Me mueve la necesidad de tomar sol. El sol blanco brilla radiante en el cielo totalmente despejado, turquesa como los asombrosos lagos del sur. Percibo cómo los rayos solares impactan en mi piel, se siente como si la cocieran. Pero busco el sol, me gusta el sol. Todo lo contrario a los gatos. Observo que hay un par de ellos en el techo plateado que se ubica colindante a la terraza, durmiendo plácidamente bajo la sombra de los árboles de la casa contigua. Sólo hay tranquilidad, es como si el tiempo se detuviese. Qué paz ser como los gatos, sin preocupaciones, sólo disfrutando del letargo de la tarde estupenda. De pronto, vislumbro una gata multicolor que se cuela por la puerta que utilicé hace instantes. Es una gata pequeña y tiene aspecto de fisgona. ¿Qué quiere? ¿Quiere sol? Tal vez queremos lo mismo, quizás queremos un instante de calma y disfrutar del día soleado. Acaso queremos simplemente que el sol reseque nuestra piel y nos alimente con su energía. Pero no, la gata parece buscar otra cosa, huye del sol. La mueve la curiosidad. Recorre la terraza oliendo todo a cada paso. Se detiene para husmear en la hamaca. ¿Esto es una hamaca? Tal vez lo fue en otra época. Ahora no hay más que restos oxidados de lo que habrá sido un juego predilecto de la infancia. Así que, ¿esto podría haber sido una hamaca? Parece increíble observando su estado actual: sólo queda la estructura, totalmente corroída, y los soportes desvencijados donde se ubicaban los asientos. Compenetrada en la contemplación de este fantasma del pasado, me sorprende súbitamente la aparición de una avispa que sobrevuela a mi alrededor y se posa en el artefacto. Me asusta, grito por la sorpresa y me hace retroceder. Pero, ¿qué es lo que me asusta? ¿Es el insecto simplemente? ¿O es lo que representa esta hamaca oxidada? El paso del tiempo… El inexorable e inevitable discurrir de los días y el consecuente deterioro de lo que alguna vez amamos. También de lo que odiamos, y de lo que no nos interesa…de todo. Sí, tal vez sea el paso del tiempo lo que asusta. Mi mirada se pierde en los árboles que se extienden detrás de la hamaca. Muchos árboles. ¡Ah, qué paz transmite el verde de la naturaleza! Y esos árboles funcionan como un paliativo que combate la solidez y frialdad de los edificios que se estampan en los alrededores. Los edificios… otra marca del paso del tiempo. Como la hamaca. Como la anciana que veo caminar en la vereda de enfrente con su bolso de las compras, con las arrugas en su rostro que reflejan el sendero de la vida. Qué caprichoso es el tiempo, ese que hace instantes me parecía que se había frenado y ahora me golpea con la fuerza de un huracán. Me recuesto en una colchoneta mientras el sol refulgente quema mi piel. Los cantos de los pájaros y la brisa primaveral son los somníferos para adentrarme en mi propio mundo, el de los sueños, allí donde el tiempo no existe.


Juls

domingo, 7 de noviembre de 2010

La suerte está echada

El alcance sociológico del concepto lengua/habla es evidente. Muy
pronto se ha señalado la afinidad manifiesta entre la Lengua saussuriana y la
concepción de Durkheim de...

¡ZUP! Siento que algo golpea en mi cara y cae sobre mis apuntes de Semiótica. Me desespero un poco ante el temor de que sea algún bicho horripilante, pero esos lunares blancos y rojos me tranquilizan. No sé por qué algunos insectos son menos repulsivos que otros: al fin y al cabo, son todos bichos bastante desagradables. Pero este no. El animalejo despliega sus alas para echar vuelo pero, vaya uno a saber por qué, se arrepiente. Todavía no quiere volar. Comienza a caminar sobre las hojas hasta llegar a mis piernas y pasa un buen rato allí, estático. Aprovecho para observarlo detenidamente. Está bien, admito que quizás todos los bichos no son igual de repugnantes, este tiene una belleza inocultable. Los círculos blancos se intercalan con los rojos en una armonía perfecta, posados sobre el negro luciente de su piel. O... no, supongo que la Semiótica y la interpretación de los signos me está quemando el cerebro. Pero, ¿podría ser que este bichito me resulte bello por lo que creo que representa? No soy supersticiosa... pero sería tan esperanzador poder creer en algo. La vaquita de San Antonio finalmente mueve sus alas y alza vuelo. Elijo creer. Un signo de buena suerte en estos días no me viene nada mal.

¡BUENA SUERTE! ;)

Juls*